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viernes, 28 de agosto de 2009

Las aventuras de Monigote y Chancho Panza. Ruth Rocha


Monigote y Chancho Panza vivían en medio de la selva.
Eran muy amigos, aunque no se parecían en nada. 
Monigote leía tantos libros de aventuras que tenía la manía de ser héroe. Se metía en todo lo que fuera discusión y pelea… y terminaba siempre mal. 
En cambio, Chancho Panza tenía otras preocupaciones. 
A pesar de ser tan diferentes, nuestros amigos estaban siempre juntos. Y cada vez que Monigote se metía en alguna de sus confusas aventuras, Chancho Panza tenía que ir a ayudarlo. Y las discusiones que se buscaba Monigote no eran muy delicadas por cierto… 
Un día Monigote resolvió cambiar de vida. Fue a un vertedero de basura y comenzó a fabricarse una armadura. 
Una olla sin fondo le sirvió de coraza. Con pedazos de caños viejos protegió sus brazos y piernas. Hasta encontró una cacerola que le sirvió de yelmo. 
Una tapa de olla grande era su escudo, y con una caña improvisó una lanza.  
Monigote afirmaba que de esta manera nadie podría vencerle. Pero no caminó dos pasos cuando ya recibió la primera sorpresa. 
Monigote era un poco alocado, pero por eso no dejaba de ser una buena persona. Lo que él quería era proteger a los débiles, ayudar a sus amigos y, sobre todas las cosas, agradar a las damas… 
Bueno, "agradar a las damas" es una manera de decir, porque lo que Monigote quería era agradar a Monada, una mona muy linda que vivía en la palmera de la esquina. 
Siempre que pasaba frente a la palmera de Monada y la veía peinando sus negros cabellos, el corazón de Monigote latía más ligero. 
Aquel día, Monada estaba con un vestido nuevo y cantaba: 
    Me he de poner hermosa  
    por si el amor me llama…
Y el corazón de Monigote sonaba como un tambor. 
–¡Oh, mi hermosa Monada! ¡Vengo a protegerte de todos los peligros! 
–¿Qué peligros, Monigote? En esta selva no hay ningún peligro. 
– ¡Vamos! ¿Y si aparece un elefante? 
– Pero Monigote… Los elefantes, aunque sean tan grandotes, son amigos nuestros. 
Monigote quedó un poco desconcertado, pero siguió: 
–¿Y un huracán? ¿Si viniera un huracán? 
–Vamos, Monigote. No digas bobadas. Hasta luego. 
Pero esto no desanimó a Monigote. 
–Amigo Panza, vayamos en busca de aventuras. 
–No, Monigote, ahora no. Hay uma bandeja de maíz esperándome. 
–El maíz quedará para después. Vayamos a apresar malhechores. Tú solamente piensas en maíz y así no se adelanta nada. ¡Defendamos la selva! ¡Destruyamos a mis terribles enemigos: los elefantes, los dragones…!
Y Monigote acabó arrastrando a su amigo Panza, que protestaba chillando: 
–¡Ay, qué desgracia! ¡Mi maíz! 
Un día, mientras buscaban algún monstruo grandote como los que soñaba Monigote, divisaron a lo lejos un bulto que se movía: 
–¡Un elefante! ¡Es mi terrible enemigo: el elefante! ¡Si no lo atacamos destruirá las plantaciones, romperá todos los árboles! 
–¡Por favor, Monigote! ¡Eso no es un elefante, sino un molino de agua! 
Pero Monigote no lo escuchaba. Y avanzando contra la rueda del molino, que naturalmente no dejó de girar, se dio un golpe de padre y muy señor mío. 
Todos los animales –gusanitos, loros, monos–, en vez de socorrer al pobre Monigote, se pusieron a reír… 
–¡Qué golpe! 
–¡Ja, ja, ja! Qué gracia! 
Las burlas enfurecieron a Chancho Panza, que era un cerdito de buen corazón: 
–¡Dejad de burlaros, malvados! ¡Monigote se ha golpeado creyendo haceros un bien y vosotros os reís! 
¡Pero nadie hacía caso! Chancho Panza hablaba y hablaba, y los demás reían y reían. 
Con gran dificultad, el cerdito consiguió arrastrar a Monigote para casa y se alejaron entre risas y silbidos. 
Monigote estaba muy triste. Y decía: 
–Y pensar que yo quería protegerlos… ¡No entienden nada! –decía una y otra vez. 
–Monigote, debes comprender que nadie te había pedido protección. ¿Por qué no haces una vida normal y trabajas como todo el mundo? 
Monigote recapacitó y prometió no meterse más en extrañas aventuras.  
Construyó una hermosa casa en el árbol más alto de la selva, y con paciencia y trabajo llegó a tener una gran plantación de plátanos de todas clases. 
Más adelante, Monada se casó con Monigote, cuando supo que era tan formal y trabajador. 
Ahora Monada fabrica y vende los mejores dulces de banana del país.  
Cuando la gente pasa frente a su casa, escucha las voces de los monitos siempre alegres, jugando y cantando. 
El hijo mayor, que ya va a la escuela, tiene como compañero de banco a Pancito, el hijo de Chancho Panza. 
Nunca podréis imaginar lo que vieron los animales que el otro día pasaban frente a la casa: 
Estaban Moniguito, el hijo de Monigote, y Pancito, el hijo de Chancho Panza, jugando. Habían conseguido un montón de cacerolas, botes…  
¿Qué travesura estarán preparando?  

 

Ruth Rocha es una de las grandes figuras de la literatura infantil y juvenil de Brasil. Su obra, traducida a diversos idiomas, ha merecido importantes premios. En www.cuatrogatos.org


2 comentarios:

Anónimo dijo...

lo que yo queria, gracias

Luis Villarroel Floreano dijo...

Esta historia la escuche cuando era un niño...que recuerdos... :)