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miércoles, 28 de mayo de 2008

Manos verdes ( un cuento de nunca acabar)

Se les dice “manos verdes” a aquellas personas que tienen amor, conocimiento y suerte con las plantas. Pueden encontrar un gajo de madreselva al borde de una calle, medio muerto, lo toman y ya, lo ponen en la tierra haciendo un hueco con sus dedos y al tiempo, la madreselva crece, vive y perfuma con un olor tan violeta y tan espeso que se puede oler y se podría tocar.
Mi tío Marcial era de esa clase de personas manos verdes. Hablaba con los helechos, los tilos, los paraísos… y apuntaba que había que saber tomar de cada planta su virtud. El hombre todo lo toma de la tierra- decía- pues que lo que te dan las plantas te alegra, te sana, te alimenta. Una vez estaba yo sin poder hacer pis y él preparó una sopa de mentas y ortigas que sacó aguas por todos los agujeritos de mi cuerpo. Y si mal no recuerdo, también la salvia te hace orinar, la salvia que uno recoge por la noche, pues a las plantas les hace bien el mucho sol y la poca luna- decía Marcial.
Clasificaba las bolillas de los paraísos: que las verdes, que las amarillas pastosas, que las negras y sacaba flores hasta de los escombros, verdad, que te lo creas que así era mi tío.
De todos modos yo no quería abundar con plantas y con tíos sino presentarte a Nicolás. Nicolás es un niño de tres años que tiene las manos verdes. De color verde.
Su madre se llama Camila y cuando era joven tenía la cara redonda y el pelo de sopa de cabello de ángel. Finito. Finitito. Es una mujer muy bonita la mamá de Nicolás, le gusta ir al mar y lo extraña porque vive lejos. Ahora vive lejos, antes, cuando era niña como Nicolás y antes aún de tener pelo de sopa de cabello de ángel, vivía con su familia en Santa Margarita del Mar, un pueblo de la costa del océano Atlántico. Su madre que se llamaba Rosa y quería ser peluquera, le daba de comer pececitos de colores a Camila. Pececitos de colores con postre de yema batida con azúcar.
Rosa y Domingo eran los papás, que vienen a ser los abuelos de Nicolás, que tiene las manos verdes.
Digo “eran” porque están muertos. Lamentablemente la vida les hace esas cosas a la gente. Los hace vivir al lado del mar, los lleva, los trae, les da pececitos de colores, les pone pelo de sopa de cabellos de ángel, les da un sueño de ser peluquera… o te pone las manos verdes. Solo las manos, completamente verdes.
Domingo, el abuelo, tenía un galpón con herramientas y un perro que lo seguía por todo el patio todo el tiempo. De joven fue pintor de escuelas por lo que se conoció a todos los chicos del mundo. Bueno, no del mundo, pero de muchas escuelas y muchos chicos. Los veía crecer cada año, cómo pasaban de grado dejando marcas de tiza y corazones tallados en las paredes que él tenía que lijar y pintar. Un día la llevó a Camila a pintar y mientras mezclaba barniz con aguarrás, ella dibujó un zócalo completo de pececitos anaranjados.
El perro es un tema aparte, de tal modo que –si me permites- haremos un capítulo con él y lo titularemos con su nombre: Ramón

El perro Ramón
Ramón llegó a la casa de Santa Margarita del Mar con un agujero en la pata trasera. Nunca se supo si fue una bala, un golpe, o un vaya a saber qué pobre perrito rengo y con gusanos. Sí, porque en ese hueco se le habían juntado bichitos que el abuelo Domingo sacó pacientemente con una pincita de las que tenía en el galpón de las herramientas. Tenía destornilladores, martillos, hachas, tenazas, llaves con pico de loro y una pincita para sacar los gusanos de la pata de Ramón. Desde entonces, el perro y mi abuelo conformaron un equipo de trabajo pese a que Rosa, la abuela que quería ser peluquera, se resistió un poco a tener un perro pero después, no. Los días en que no pintaban las paredes y los techos de las escuelas, todos iban al mar. Es muy lindo ver a los perros en el mar porque se ponen muy felices y sonríen y sacan la lengua muy afuera y ladran y corren para atrapar las olas. Después se sacuden la sal y la arena sin importarles nada en el mundo. A Ramón nunca le importó nada del mundo.
En cambio a Rosa sí, porque quería ser peluquera y no pudo aunque se compró –por correo- todos los cursos que enseñaban, con dibujos y fotos, a poner ruleros, a batir rodetes, a…Espera, que este es el capítulo del perro.
Una vez Ramón tuvo una novia, una novia que le dio cuatro hijas de color marrón y dos hijos de color negro. Justamente Olivia, era la perra que tenía Manuel, un chico del pueblo, amigo de Camila que luego fue su esposo y ahora es nada menos que el padre de Nicolás que tiene las manos verdes. Cuando Nicolás nació, sus manos eran verde manzana y nada más, el resto del cuerpo tenía los colores que traen los niños normales al nacer pero sus manos…
Ramón y Olivia andaban con el abuelo pintor por las escuelas del mundo (ya aclaramos que no era tan el mundo pero era un poco el mundo) y por la noche, paseaban juntos por la orilla del mar. Verdad, que a los perros en la oscuridad los ojos se les vuelven linternas e iluminan los caminos. Bueno, en este caso, –como los faros- los ojos linterna guiaban barcos hasta la costa de Santa Margarita del Mar. Después de pasear, los perros se volvían a dormir al galpón de las herramientas y Ramón le contaba a Olivia cómo la pincita que saca gusanos le salvó la vida y dibujó su destino de perro feliz.
No sabemos si fue a la noche o en las jornadas de trabajo de lijar y pintar que Ramón saltó encima de Olivia, después de olerla mucho rato y se quedaron pegados bastante tiempo hasta que, después de salirse el perro y pasar unos meses, nacieron los cachorros.
Es lindo ver a una familia de perros que viven cerca del mar pero no se puede mantener toda junta, así que hay que separarlos. La abuela Rosa dijo que no sufren, que no hay que llorar Camila porque ellos se acostumbran muy fácil y que nada más se bañan, atrapan olas y se sacuden la sal y la arena sin que les importe nada en el mundo.
Olivia volvió con Manuel.
Ramón con Domingo.
Y de los demás, ya ni me acuerdo.

Retomaremos ahora la historia de Nicolás, el niño de tres años que tiene las manos verdes. Hijo de Manuel y Camila que extraña el mar. Ahora viven en la llanura pampeana, exactamente en Villa Narda, un pueblo liso sin montañas ni médanos ni sierras ni nada que haga bulto para poder esconderse detrás. Todos están a la vista de todos, lo que hace al pueblo muy particular. Lo que hace a veces bien y a veces no tanto. Por ejemplo, hace treinta cinco días una amiga de Camila que tenía un marido que es carnicero ya no lo tiene más porque se enamoró de Paco. No se sabe si se enamoró para siempre pero como no se podía esconder, el marido la vió y se divorciaron. Paco reparte agua mineral en un camioncito colorado con motor a gasoil que nunca apaga. Es decir, estaciona con el camión en marcha y lo deja haciendo ruido mientras baja el agua en botellones. Casa por casa. Mientras, la radio del camión está encendida también, como el motor, con el volumen muy fuerte. Paco baja silbando las canciones que pasan por la radio haciendo pausas para decir buenos días o buenas tardes y sigue. Cada dos días Paco trae agua y canta en la esquina de la casa de Mariana (la enamorada ahora sin marido). Mariana limpia la casa con la radio encendida cantando las canciones que pasan por la radio, entonces, que cuando Paco llega se hace un coro de silbar y cantar que es muy afinado. Los dos cantando lo mismo al mismo tiempo y sin pensarlo que se enamoraron. Un día, el motor se le gastó de tanto quedarse en marcha detenido en la casa de Mariana. Y otra vez, se hizo una nube de humo espeso y gris que igual no alcanzó para esconderlos cuando se daban besos. Paco es más joven que Mariana y más feo que el carnicero, pero al amor no le importan esas cosas y si el pueblo es liso, como Villa Narda, el amor vuela como el viento, cosa que, pese a que el carnicero se puso enojado y triste seis días, es algo muy muy bueno.
Ahí lejos del mar viven ahora el niño Nicolás de tres años con las manos verdes, Camila, Manuel, Mariana, Paco, el carnicero y otra gente como por ejemplo la familia Sape que, como con el perro Ramón, son un tema aparte y merecen un capítulo que titularemos con su nombre: La familia Sape.

La familia Sape
La mamá Sape hace collares con dientes de conejo, con plumas de paloma y hasta con huesitos de pollo. Estudió con una india del sur que le enseñó varios secretos, como el secreto de cortar la lana de oveja sin que se te estire interminablemente en hilachas y otras cosas. Elsa Sape está casada con un hombre que es contador pero trabaja en la universidad y no en un banco ni en una empresa, trabaja en la universidad de veterinaria dando clases sobre los caballos. Néstor cría caballos desde que nació casi y, en los ratos libres, va a reuniones de la Junta Vecinal de Villa Narda. No participan muchos vecinos pero él sí participa, es el tesorero. Paco, que reparte agua mineral, es secretario y ahora no tienen presidente porque el presidente era el carnicero que como se enojó, se fue.
Una vez en una reunión de la Junta todos conversaron sobre las manos verdes de Nicolás, el niño de 3 años, pero no sacaron muchas conclusiones. Alguien recordó a una prima lejana que tenía lunares rojos y otra persona dijo que una vez, había conocido a un joven con manos como de chocolate pero no eran de chocolate…En fin, ninguna conclusión. O si. Que en los pueblos las cosas se explican transparente como el agua y que la gente va más tranquila que en la ciudad, sin temor a las diferencias.
Valeria, Natalí y Emilia son las hijas de los Sape más un hijo varón, Patricio, que puso una librería con su mujer que hace juguetes de trapo. Como por ejemplo una pelota de trapo o un barco de vapor, pero de trapo, no de vapor.
Valeria canta en inglés y Natalí fabrica disfraces para todos los chicos y grandes de Villa Narda que quieran ser, por un día o por una noche Cenicienta; el hombre araña; Heidi; la bruja; un astronauta; Harry Potter o lo que se les ocurra por encargue, Natalí te lo hace.
Bien podría haber sido Nicolás, hijo o nieto o sobrino de los Sape, pero no, no es. Los Sape son una familia que tienen todos las manos rosadas, con cinco dedos en cada una de cada uno de ellos y todo muy normal.
Camila tiene un collar de los que hace Elsa, de caracoles, todo enhebrado con hilos que son pelos de chancho jabalí. Lo que nunca usó fue un disfraz porque como su hijito de manos verdes solo tiene tres años y no va a la escuela, no le ha tocado fiesta, solo de cumpleaños, pero a Manuel no le gustan las fiestas y no se han hecho ni sin ni con disfraz. Lo que si ha comprado Camila, además del collar, es un libro de aventuras en lo de Patricio, un libro que en la tapa tiene dibujada la luna y el sol. Y el sol está realizado en tela por la mujer de Patricio.

Retomaremos ahora la historia de Nicolás, el niño de tres años que tiene las manos verdes. Hijo de Manuel y Camila que extraña el mar porque ahora viven en la llanura, ese lugar en el que todo es liso y el amor vuela con el viento. Y el viento también vuela. Lo que en verdad se vuelan son los cardos rusos, una especie de yuyo redondo y pinchudo, grande que rueda rueda hasta encontrar un tope. Puede ser un alambrado, una pared, un tapial. Ahí los cardos se amontonan y se van haciendo pilas, torres. A Manuel le gusta agarrarlos con una horquilla y llevarlos para el fondo, una vez que están secos les prende fuego y todo cruje. Los cardos se retuercen y van subiendo por el aire en pelitos negros, grises y rojos. Cuando se hace esta fogata, Nicolás aplaude con sus manos verdes.
El papá de Nicolás se casó con Camila en el mar, allá en Santa Margarita del Mar en donde trabajaba de pescador y de diariero. Tenía una bicicleta con una canasta grande adelante para llevar las revistas y los periódicos aunque a veces iba sentada Camila. Otras veces iba con Olivia, que era la novia de Ramón que con sus ojitos iluminados por la noche, guiaba barcos. De todos modos, él, Manuel, no extraña el mar, acá en la llanura pampeana se compró un campo en el que cría vacas solas, vacas preñadas, vacas con terneros al pie, terneros destetados, terneros solos, toros, gallinas y un pavo real.
Se trajo las herramientas que Domingo tenía en el galpón- incluida la pincita de sacar gusanos a las heridas de los perros -, con ellas, sobre todo con el martillo y las tenazas, hizo un alambrado. Uno adentro de otro y ese adentro de otro. Uno para las gallinas, el otro para las vacas, los terneros, los toros y nada más ya que el pavo real anda suelto.
Habla poco Manuel.
Eso sí, a todos lados por donde camina cuando recorre y trabaja lo lleva a Nicolás. Atrás viene el pavo real.
Un día también le buscarán novia porque está muy solo y es un pavo muy pintón!.
Con la belleza uno puede conquistarlo todo – le decía Manuel al pavo real cuando iban caminando, tenaza en mano, para arreglar la tranquera. A veces hablaba bajito con los animales, con los animales más que con las personas.
Ninguno de los tres- ni Camila ni Manuel ni el niño Nicolás- tenía hermanos. Dato que no es relevante pero hace que mi cuento sea más breve. En cambio, si en vez de presentarte al niño de las manos verdes tuviera que contarte todo todo lo de la familia Sape ya estaríamos por completar un libro.
Al poco tiempo de que Rosa y Domingo se murieran, se hizo la mudanza del mar a la llanura. La casa de Santa Margarita se la vendieron a Lía, una mujer soltera que tiene mucho dinero pero ninguna felicidad. Parece que se quedó sola nada más que por que no le gusta compartir .Una mujer como un cactus- decía eso mi tío Marcial- hay personas cactus que te dan nada más que espinas, igual se les puede sacar jugo y con el jugo haces compresas que te alivian los dolores de panza. Y yo me acuerdo que escuché que si te duelen las muelas, te puedes poner un sapo, la panza del sapo en la cara, cosa para nada agradable y de la que mejor ni hablar porque ni mi tío, ni Rosa ni Domingo, ni Camila, ni Manuel, ni Paco, ni Mariana, ni el carnicero, ni Valeria, ni Natalí, ni Patricio, ni la mujer de Patricio, ni Elsa, ni don Néstor Sape, ni Lía, ni el niño Nicolás de las manos verdes, ni yo, sabemos nada acerca de los sapos, que son animales de los que mejor no hablar si no se sabe. Sí de perros, en la casa de Santa Margarita del Mar quedó un perro, uno de los cachorros negros, hijo de Ramón y Olivia.
Una vez le hicieron un reportaje a la Señora Ministro de Educación y lo pasaron por la radio, ella decía que… con solo mirar a esa mujer tratar a los perros, uno puede saber que es buena. Y la verdad es que Lía, aunque sea un cactus, aunque no tenga aparente felicidad ni quiera compartir nada de nada con nadie de nadie, trata muy bien a ese cachorro. Eso tranquilizó a Camila cuando supo que Manuel había decidido venderle la casa del mar y ya no necesitó escuchar ni entender porqué la Ministro hablaba de esos temas y no de las escuelas o lo niños que van a las escuelas.
La mudanza fue rápida e incluyó la bicicleta de repartir diarios y una pila de carpetas con todos los archivos de correspondencia de los cursos de peluquería de la abuela Rosa.
Ella era experta en gallinas, sabía cuidarlas, atraparlas y conocía todos los trucos para juntar los huevos, siempre dejando uno de nidal para que no cambiaran de lugar. Cuando Domingo iba a pintar la Escuela 25 o la 180 o la 4, ella sacaba su montón de huevos acumulados y los llevaba a lo de don Hegea para canjearlos por los cursos. Hegea tenía almacén y estaba a cargo de la estafeta postal. Por eso todo el trámite. Cuando no alcanzaban, Rosa preparaba cubitos de hielo y completaba las cuentas. Es que en Santa Margarita hace calor todo el año y muchas personas no tienen heladera. Aún hoy no tienen, yo no sé quién venderá hielo ahora que los abuelos del niño Nicolás de manos verdes ya no están ¿?.
Camila compraba tomates, queso sardo y con el vuelto, gomitas de azúcar con formas de flores, todo en el almacén Hegea.
A veces la acompañaba Ramón pero no le dio nunca una gomita porque Manuel le había contado que los perros solo deben comer carne y no dulces, si le das un chicle, por ejemplo, se les pegan los intestinos y no se mueren pero quedan mudos de ladrar. No está bien expresado, mira: los perros quedan mudos. Los perros que comen dulces, ya no ladrarán más.
Un día lunes, Camila volvía a su casa con una bolsa de mandados llena de zanahorias, papas, cebollas de verdeo y un ají. Venía cantando una canción inventada por ella: la bolsa de los mandados / es amarilla y marrón / la bolsa de los mandados / sueña que es un avión… mientras daba vueltas girando con las verduras. Y que vueltas y que vueltas que se cayó desparramada enfrente del club deportivo Santa Margarita del Mar. Esto sucedió cuando era pequeña, no de tres años como tiene ahora Nicolás de las manos verdes, pero sí pequeña como de once o doce. A esa edad eres pequeño para vivir solo o para ir a bailar de noche pero eres grande para andar girando una bolsa de mandados y que te caigas. Pequeño para trabajar y sin embargo, a los once o doce y aún a los diez y a los nueve…hay niños que trabajan. Bueno, tal vez no haya una edad definida para ser grande o pequeño, menos aún exista un límite de tener años para enamorarse porque siendo de once o doce, aquí mismo Camila se enamoró de Manuel. El estaba jugando a la pelota paleta y la vió, le vió las piernas, la cola, el ombligo… dejó la paleta y la pelota para ayudarle a recoger las zanahorias y el ají.
Se hicieron muy amigos para luego ser novios hasta casarse en la iglesia del pueblo, frente al mar.
Ya Camila tenía pelo de sopa de cabello de ángel por lo que su mamá debió tomar cursos extras y trabajar bastante en el peinado para la boda. Fue un peinado alto con flores de nácar en las puntas, tal vez como un nido de gallinas pero eso jamás se lo diría nadie a Rosa. Tal vez era de cardo ruso. Tal vez salió un peinado bastante feo pero como ella es tan linda y Manuel habla poco, la ceremonia de casamiento fue tranquila.
Menos Lía, todos fueron a esa boda. Incluidos los perros y los cachorros de los perros.
Domingo había hecho la mesa de la fiesta con tablones de pintar y en el medio habían puesto la canasta de la bicicleta llena de flores.
Les regalaron copas, tenedores, sábanas y una pastalinda que todavía usan en la casa de Villa Narda. La usa Manuel que es el que sabe amasar tallarines cinta y tallarines finos. Se pone un huevo por cada comensal y la pastalinda estira los fideos. También cocina pan y conservas, pero poco. Lo que ocurre es que con la primavera han venido muchas vacas y terneros y trabajo que atender lo que es bueno pero es malo. Es que es bueno que haya mucho trabajo pero es malo no comer los fideos amasados por Manuel. Porque son tan ricos. Porque que son tan sanos. Porque son tan caseros.
Lo más rico de comer en la boda de Manuel y Camila fue la torta. Tenía cinco pisos blancos con muchas cintas y flores y moños y azúcar dura. Arriba de todo una pareja de muñecos de torta pero como si no fueran de torta, se daban la mano. Marisa, la repostera, fue quién le enseñó a cocinar dulces a Camila.

Dulces Camila
Ya en Villa Narda, Camila se dedicó a cocinar. Es muy linda y ese pelo de sopa de cabellos de ángel le cae sobre la carita redonda, le caía, porque se lo cortó muy cortito cortito para que no se le fuera un pelo a un pastel. Feo un pelo en un pastel. Y ahora no necesita peinarse y si mirar mucho la foto del rodete con flores de nácar de la boda para recordar a su mamá.
Manuel le hizo una cocina especial que es como el corazón de la casa, el corazón de la familia, el corazón de todos. Tiene unos quemadores en donde las pavas y las ollas se echan como si fueran las gallinas de la abuela Rosa. Como una clueca en el nido se echa la ollita gris sobre el fuego, ahí Camila prepara almíbar de limón y dulcecito de piquillin. Del techo cuelgan unos fierros redondos y de los fierros caen cucharones, cucharas y sartenes.
En la cocina cada cosa tiene su lugar.
A Nicolás le gusta trabajar con su mamá y sabe amasar hojaldre o pan con sus manos verdes.
Mientras los bizcochuelos crecen, el niño le pide a Camila que lea unos versos escritos por mí, que soy escritora, y que están anotados en un papel de cuaderno debajo del imán en la puerta de la heladera:
Un día la cuchara
le dijo al tenedor:
“ Estoy enamorada,
me estoy muriendo de amor” .

La sopa se le caía,
los postres se le chorreaban,
si pasaba el tenedor
la cuchara suspiraba.

Un día no aguantó más
y le dijo relumbrante:
“ Si no te querés casar
te mudás al otro estante!”:

Y ya los bizcochuelos estaban esponjosos, amarillos, listos para la decoración.
Se usa mucha agua en la cocina: agua de agua de la canilla, agua de azahar, agua de flores, agua de lluvia. Y este es un gran secreto de cocineras. Un gran secreto que sirve para que los pasteles te salgan muy bien y para que la vida te fluya. Aleluya.
De la cocina salen misterios y verdades. De aquí sale la primera teoría de las manos verdes:… nada más que porque cuando estaba embarazada, Camila preparaba una mesa de dulces para la fiesta de cumpleaños de Josesito, hijo de José el jugador de fútbol y que al prepararle la torta principal tiñó la crema para simular el pasto y se excedió. Que si te pasas de colorante el tono se pone subido. Y que la torta quedó preciosísima pero la cocinera afectada (…) y que el embarazo vino verde.
Nada más circulaba esa versión por el viento de Villa Narda acerca de Nicolás.
En los pueblos las cosas se cuentan natural, se explican con palabras sencillas y los vecinos se preocupan de saber si llueve o no llueve para cosechar el trigo, o a cómo viene el precio de la carne de ternero y que linda está la plaza del centro con los árboles recién regados… y no que si Nicolás tiene o no tiene o qué tiene.

Retomaremos ahora la historia de este niño de tres años que tiene las manos verdes. Hijo de Manuel y Camila que extraña el mar porque ahora viven en la llanura, ese lugar en el que todo es liso y etc y que por eso un día viajaron. La causa del viaje no fue la lisura de Villa Narda en donde todos se ven con todos sino una curiosidad. El verde de las manos del niño había trepado hasta los codos lo que motivó que los papás le realizaran nuevos estudios de medicina. El doctor de la ciudad capital, que era el más especialista y ya lo había revisado cuatro veces, les dijo que nada pasaba, que el verde no afectaba ningún signo vital y que era noventa y ocho por ciento posible que no avanzará más. El verde. Igual nunca nadie había visto un caso parecido y pese a que el niño crecía feliz y natural como los chicos blancos, los rosados o los morenos, los padres sintieron la necesidad de viajar para ponerlo a Nicolás en el mundo y ver.
Mariana y Paco, que repartían agua mineral, se quedaron cuidando la casa de Camila y Manuel. El carnicero, ex marido de Mariana y al que ya se le había pasado la tristeza porque tenía otra novia, se encargó de las vacas, los terneros, los toros, el pavo real y con todo acomodado la familia del cuento se fue a Paris.

Paris
Paris es una ciudad enorme y luminosa que tiene mucho misterio. Aunque es grande grande no tiene casi lugar. Es decir, las casas se apretan y hay muchos rincones para todo. Rincones para tomar café, rincones que te muestran cuadros y estatuas, rincones en donde se venden crepes, rincones…
Tiene un río con barcos llenos de luces y música, en los bordes del río hay edificios con ventanas llenas de macetas con flores, ropa que cuelga al sol y más luminosidad.
Se dice que de Paris vienen los niños, hay madres que todavía te cuentan que si escribes una carta, una cigüeña te trae un niño o una niña que será tu hijo. Claro que todo el mundo sabe ya que para hacer un niño, se necesitan un hombre y una mujer que tengan una relación de amor y de sexo. O más o menos, una síntesis para que se sepa que lo de la cigüeña es tan cuento como este, aunque igual, Camila y Manuel no deshecharon la posibilidad de encontrar alguna respuesta en Paris sobre su niño…a ver allí que como es el centro de distribución….
Cuando Camila, Manuel y Nicolás bajaron del avión se encontraron con un murmullo de palabras, ruidos, olores, gentes, como una nube que los envolvía. Así fueron envueltos todo el tiempo en Paris. Maravillados y envueltos.
Recorrieron callecitas y mercados, fueron a la casa de una señora que leía los destinos en unas piedras, anduvieron en metro y en barquito y el día martes viajaron a la provincia del champagne y de las tres uvas.
Dieron vueltas y vueltas por Paris durante ochenta y cinco minutos por seiscientas horas y veinte días…mucho por Paris hasta que comenzaron a extrañar a los terneros y a las herramientas y a los biscochuelos para decorar. Y se volvieron.
De regreso a Villa Narda iguales pero diferentes, felices y lo más normal de la mano con el niño verde.
Se les dice “manos verdes” a aquellas personas que tienen amor, conocimiento y suerte con las plantas. Pueden encontrar un gajo de madreselva al borde de una calle, medio muerto, lo toman y ya, lo ponen en la tierra haciendo un hueco con sus dedos y al tiempo, la madreselva crece, vive y perfuma con un olor tan violeta y tan espeso que se puede oler y se podría tocar.
Mi tío Marcial era de esa clase de personas manos verdes. (…)
De todos modos yo no quería abundar con plantas y con tíos sino presentarte a Nicolás. Nicolás es un niño de cuatro años que tiene las manos verdes….


FIN