Había una vez un niño que gustaba de comer flores.
No había jardín al que no se hubiera metido a pegar un par de mordiscones.
Su madre le decía: “Si seguís así, cuando seas grande vas a ser un tiburón”.
Ahí se asustaba y se aguantaba un poco, pero después le volvían las ganas y se comía un ramo. Cuando llegó a grande se transformó en tiburón. Cierta vez lo pescó un marinero que cuando le abrió la panza encontró un montón de flores. El pobre no entendía qué era eso y , asustado, se puso a sacarlas. Cuando treminó, el tiburón volvió a ser el niño de antes y el marinero temblaba como un perro. El niño, agradecido, le enseño a comer flores. Y el marinero le enseño a prepararse una sopa de pescado para que no se convirtiera en tiburón.
Fueron dos amigos muy felices y se sonaron las narices.
Fueron dos amigos muy felices y se sonaron las narices.
*del libro El pulpo está crudo, de Luis Pescetti
* Ilustración de www.azuldecorso.com.ar para Novelas Minúsculas, de Adriana Lis Maggio